El altobus
Con la cartera a cuestas (ojalá que mi mama me haya puesto dos colines para el almuerzo), estoy esperando en la parada la llegada del altobús.
A mi lado otros niños del barrio tiemblan de frío conmigo. Ya está tardando en llegar, brr, brr...
Yo me voy entrenando dando saltos para poder subir en él. Es complicado coger a la primera los tres escalones que me separan de la zona de asientos. Menos mal que Mari “la monitora” nos ayuda desde la plataforma a entrar dentro.
Una vez ascendido saludo al conductor de primera, a la monitora, al primero del asiento, al segundo del asiento, al tercero…-¡Antoñito! Puedes ir más deprisa. Todos los días igual. No ves que tienen que entrar todos los niños de la parada.
No se dan cuenta que esto de subir al bus, altobús, es costoso. Primero lo considero un deber que hay que hacer para ir al colegio, no al parque de atracciones. Segundo somos niños. ¿No podrían ponernos un altobús mas bajo? ¡Si!, uno para niños. Me encantaría poder conducir por la pista con mis amigos. Los llevaría a la tienda de chuches. Cargaríamos nuestro altobús de regalices y gominolas. La siguiente parada sería en el parque. Bajaríamos todos y echaríamos un partido de baloncesto con los aros que hay para sujetar las bicis (claro, si no hay muchas bicis). Comeríamos salchichas del puesto ambulante y helados del kiosco de la esquina. Y cuando ya estuviéramos cansados volveríamos a casa.
-¡Antoñito! Quieres sentarte de una vez por todas. –me despertó de mis ensoñaciones “la Mari”.
Está bien, ya me siento. –Estaba preparado para saltar al suelo firme cuando llegáramos. Que conste que luego me dirás: Ponte en pié que está sonando la sirena, corre, corre que llegáis tarde a clase.
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